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domingo, 23 de enero de 2022

Viajar por carretera (II) - Por: Carlos Corredor Pereira

Las carreteras colombianas fueron concebidas para los vehículos que se movilizan transportando carga y pasajeros de un punto a otro. Pero no fueron diseñadas en función de quienes ocupan los vehículos o los manejan.

En una de esas carreteras que comunican los Estados continentales de los Estados Unidos, conocidas como interstate highways, gestionadas por el presidente Dwight Eisenhower para que los vehículos transitaran a 75 millas por hora (121 km/h), se incluyeron sitios de descanso cada 30 a 50 millas con baños limpios y bien dotados, mesas para pícnic, restaurante de comidas rápidas y amplios aparcaderos donde inclusive se puede dormir dentro de los vehículos. Esta red es de alta velocidad y no puede atravesar pueblos o caseríos poniendo en peligro a sus habitantes. Para quienes quieren entrar a un pueblo, hay orejas que lo permiten. Claro que la construcción y el mantenimiento de estas redes cuesta y por eso hay peajes pagados electrónicamente sin disminuir la velocidad de crucero.

¡Qué diferente de nuestras carreteras, aún de la red de las así llamadas 4G, en donde no se encuentra un solo sitio de descanso, ni una batería de baños, ni un lugar para conseguir un café o un sándwich! Es como si los diseñadores y constructores de estas carreteras creyeran que los colombianos somos “cuerpos gloriosos” sin necesidades fisiológicas propias del ser humano, ni hambre o sed, mientras nos movemos por esas autopistas de última generación.

Un conductor en Colombia debe esperar llegar a una de esas carreteras de doble vía por donde circulan al mismo tiempo los que van y los que vienen, para encontrar una estación de gasolina y acceder a un baño, que no tiene papel y que tiene agua pero no jabón para lavarse las manos ni manera de secarlas.

Hablamos con el gerente de una de esas “estaciones de servicio” de una importante cadena colombiana que nos dijo que no podían poner luz por la noche, porque se roban los bombillos; no se puede cerrar y prestar la llave, porque se la llevan y no se puede poner papel higiénico, porque lo quitan. Lo único que hacen es mantener las instalaciones limpias en lo posible. ¡Parece parte de la cultura de la pobreza que nos agobia!

Para ser justos tenemos que decir que, en contraste, en cada carretera principal se encuentra un gran complejo que incluye dispensadores de gas vehicular, gasolina, diésel, un mercadito donde hay comidas rápidas y, lo principal, una batería de baños muy bien cuidada con lámparas de neón; cinco o más baños muy bien equipados con agua, jabón y dispensador de papel higiénico tanto para hombres como para damas. Lo malo es que solamente se encuentra uno, por ejemplo, entre Bucaramanga y Cúcuta o entre Bogotá y Tunja y ninguno en la red de autopistas 4G que atraviesan el Magdalena medio.

La comida es otro aspecto importante. A la vera de la carretera se encuentra un sinnúmero de pequeños establecimientos donde se puede conseguir algo de comer, pero no hay sitio para aparcar el carro, ni tampoco espacios donde sentarse. Hay lugares acondicionados especialmente para aparcar tractomulas, arrendar habitaciones para la noche y un pequeño restaurante donde se consigue un “corrientazo”. Esto no quiere decir que, muy de vez en cuando, y anunciado en inmensas vallas y avisos a menos de un kilómetro, se encuentren restaurantes con buenas instalaciones y excelente menú, a veces combinados con tiendas generales por donde se tiene necesariamente que entrar para acceder a las mesas y a la comida y al salir, enredarse alguna cosilla para llevar a casa y complementar el negocio del parador. En sitios como esos, paran los buses de transporte de pasajeros con el aliciente de que a los choferes se les da el almuerzo gratis por llevarles la clientela.

Pero, a pesar de estas incomodidades, reitero: no hay nada como andar por carretera para conocer este bello país que amamos.

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