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sábado, 16 de enero de 2021

Hambre, universidad y bioeconomía - Por: Carlos Corredor Pereira

Las columnas de opinión de los últimos días expresan o los deseos de todos por el cambio hacia un mundo mejor o los desastrosos acontecimientos de la política estadounidense que la mayoría interpreta desde la óptica personal de una república unitaria como en la que vivimos.

Pero hay algo mucho más preocupante que debe ocupar nuestra mente y que debe sacarnos de la reflexión y llevarnos a la acción. La semana pasada un artículo del diario La Opinión decía que un tercio de la población cucuteña solo consume dos comidas diarias. De acuerdo con el DANE; en enero, el 99,3% de los hogares comían tres veces al día; actualmente solo el 73,9% lo hace. El hambre no tiene color político ni profesa fe religiosa alguna. Tenemos que asegurar la oferta alimentaria para erradicarla.

La seguridad alimentaria incluye dos aspectos fundamentales: suficiente alimento para mantener las funciones vitales y asegurar la capacidad de actividad física. Es decir, entre 1.000 y 2.500 calorías de acuerdo con género, talla y otras características individuales y adecuada composición de la dieta que garantice por lo menos 25-30% de proteína, 20-30% de grasa y ojalá no más de 50-60% de harinas y dulces. La proteína animal es costosa y los ingresos de la mayoría de nuestros conciudadanos no les permiten consumirla. La alternativa es la correcta combinación de leguminosas como frijol, lentejas, garbanzos con gramíneas como maíz y arroz. En algunas regiones el frijol con arepa es tradición. En otras, la comida es arroz, papa y plátano, bañada con agua de panela. Pura harina que se convertirá en grasa, aportando un mínimo de proteína.

Asegurar la alimentación es una de las razones del Estado desde que los hombres se asociaron y crearon las primeras ciudades precisamente con ese fin. La salud y la vida, que son derechos consagrados en nuestra Carta Máxima, dependen de la seguridad alimentaria. Por consiguiente, es propio del ámbito de nuestras autoridades y ellas deben implementarla.

Como no soy economista, tendré que apelar a Pero Grullo o al sentido común, que Mark Twain llamaba el menos común de los sentidos, para continuar esta reflexión. Para poder acceder al alimento, es necesario o producirlo o comprarlo. Por esa razón, los campesinos serían quienes tienen asegurado su alimento y venden lo que les sobra después de cubrir sus necesidades. Si, además, el Gobierno departamental compra la cosecha como lo ha anunciado el gobernador, asegurarían temporalmente esta situación. Los demás tenemos que comprarlo, y para comprarlo necesitamos dinero y para tener dinero requerimos un empleo o una ocupación económicamente productiva. De aquí que lo primero que se requiere es incrementar los sitios de trabajo en todos los niveles. Y de aquí se desprenden muchísimos otros condicionantes. Para ser más efectivos en el trabajo honesto se necesita educación y para movilizarse hacia las escalas sociales mejor pagadas, es necesaria la educación universitaria.

Pero por el lado de la producción, para que el campesino pueda tener un mayor excedente que vender se necesita la biotecnología. La Misión de Sabios propone la aplicación de las nuevas fronteras de la ciencia y la tecnología para mejorar la producción y ésta es una tarea de las universidades y de sus grupos de investigación.

Pero Grullo nos dice que si las universidades trabajan directamente con los campesinos para mejorar su productividad, se incrementará el empleo a nivel general y comenzaremos a erradicar el hambre. El Minciencias debería apoyar este esfuerzo. Pero si no lo hace, nuestras universidades pueden llegar al campo y trabajar unidos, campesinos, profesores y estudiantes en unidades cooperativas. Unidos universidad-campo podemos.

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