A partir del modelo de inteligencia artificial (IA) generativa, ChatGPT, se profundizó la discusión global acerca de la necesidad de una regulación eficaz de estos desarrollos tecnológicos, que permitiera y facilitara, en el marco de la ética, su integración a la vida cotidiana. Como sociedad del siglo XXI, inmersa en la Cuarta Revolución Industrial, no nos es posible cerrarles la puerta a estas innovaciones tecnológicas, sino todo lo contrario, nos corresponde emprender la búsqueda de los métodos ideales para apropiarnos de sus virtuosas oportunidades, aprovechando su enorme potencial en áreas álgidas como la educación.
El ensayo “La falsa promesa del ChatGPT”, de los lingüistas estadounidenses Noam Chomsky e Ian Roberts, y el experto en IA Jeffrey Watumull, en The New York Times, plantea que los chatbot son maravillas del aprendizaje automático, cuyo “defecto más profundo es la ausencia de la mayor de las capacidades críticas de cualquier inteligencia: decir no solo lo que ocurre, lo que ocurrió y lo que ocurrirá, es decir, describir y predecir, sino también lo que no ocurre y lo que podría y no podría ocurrir”. A juicio de los expertos, esos son “los sellos de una verdadera inteligencia”.
Con el mismo bombo de ChatGPT han surgido y evolucionado modelos de IA que, si bien son innovaciones admirables, representan un riesgo para la sociedad en cuanto a la veracidad de la información circulante, como las generadoras de deep fakes, imágenes fotográficas o de video ficticias, incluso solo con instrucciones de texto (como Sora, de Open AI).
Para la educación superior es un desafío mayúsculo la adecuada integración de estos desarrollos tecnológicos, aunque, en el caso de las universidades colombianas, hay que resaltar que han demostrado su capacidad de adaptación e innovación frente a la incorporación de tecnología en sus procesos de enseñanza. De hecho, cada vez más estudiantes y profesores están utilizando herramientas digitales para la enseñanza y el aprendizaje, lo que ha generado mayor conciencia sobre su importancia para garantizar el acceso a la educación en todo el país y enfrentar las brechas de aprendizaje digital.
De la mano de estos procesos debe ir siempre la pedagogía sobre el uso ético de la tecnología. Una matriz importante al respecto es el documento “Recomendación sobre la ética de la inteligencia artificial”, de la Unesco, que, en el ámbito de actuación 8 “Educación e investigación”, expone, entre otros aspectos, que se deben alentar las iniciativas de investigación sobre la utilización responsable y ética de las tecnologías de la IA en la enseñanza, la formación de docentes y el aprendizaje electrónico, “acompañadas de una evaluación adecuada de la calidad de la educación y de las repercusiones que la utilización de las tecnologías de la IA tiene para los educandos y los docentes”.
Colombia ya cuenta con un Conpes (N° 3975 de 2019), con la Política Nacional de Transformación Digital e Inteligencia Artificial, y en el Congreso de la República cursan iniciativas para la regulación, debate al cual debe sumarse activa y propositivamente, sin duda, la academia del país. Además, son varias las universidades que han logrado desarrollar centros de investigación e innovación en IA, contribuyendo a construir conocimiento pertinente en esta área.
Debe ser un compromiso el abordaje permanente de las nuevas tecnologías integradas a nuestra esencia de seres inteligentes, que si bien puede ser imitada por los modelos tecnológicos emergentes, creo que difícilmente será sustituida.
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