Antes de que sonaran las doce campanadas que despedían al 94 y le daban la bienvenida a 1995, un hecho arruinó el acostumbrado abrazo de Fin de Año de la familia Sanguino Salazar, pues hombres armados ingresaron a su finca, ubicada en zona rural de la ciudad de Cúcuta, los amedrentaron y le dijeron al padre de familia, que esa casa iba a ser de ellos ¡como fuera!
Las 12 uvas tradicionales, el pan sobre la mesa y la cena de Año Nuevo no pudieron ser degustados. Lo único que optaron por hacer don Ramón Donato Sanguino y doña Lucy Esther Salazar fue persignar a sus hijos, calmar su miedo y bendecirlos, sin saber que la dulzura que irradia su familia contrastaría con los amargos momentos que los harían vivir miembros del Eln que delinquían en inmediaciones del corregimiento de San Faustino, en zona rural de Cúcuta.
Esas penumbras no ensombrecen los ojos verdes, brillantes y aun esplendorosos de Yurley Sanguino Salazar, la hija menor de la familia. En su retina y en su memoria viven los recuerdos de los constantes asechos que vivieron allí en la vereda Paso de Los Ríos, en donde se teje la historia que partió sus vidas en dos, pues los sabores amargos y las lágrimas saladas que caracterizaron esa época, endulzan hoy la miel que producen en su finca, a la que lograron volver a través de la restitución de tierras.
Cuando don Ramón Donato postraba su mirada en las casi 300 hectáreas de la tierra que adquirió con el fruto de su trabajo, sospechaba que todas las intimidaciones de las que había sido víctima iban encauzadas a la tenencia de ese predio. “Un día a mi papá lo pararon unos hombres que se hicieron pasar por mineros, pero era para robarle la camioneta y golpearlo. Allá lo dejaron tirado en Villa del Rosario”, contó Yurley, quien además afirmó que días después un grupo de hombres se metieron a la finca y les robaron maquinaria de arar y otros elementos. “Esa vez revolcaron todo, nos estaban intimidando y aburriendo cada vez más”.
Lo que fracturó la fortaleza de la familia fue el secuestro del hermano mayor de Yurley, Ilder, quien en su momento era un universitario que ayudaba a sus padres en labores de la casa y la finca. Fue intempestivo, sin dejar rastro, fue doloroso y escalofriante.
“A los pocos días del secuestro de mi hermano, empezamos a recibir cartas escritas con sangre. Era sangre de animal, pero era escabroso ver eso. Nosotros siempre hemos sido una familia trabajadora, y por eso no entendíamos porqué nos estaban haciendo esto a nosotros”, contó Yurley Sanguino.
La respuesta a su pregunta empezó a evidenciarse con la llegada de cada carta, en la que le hacían saber a su padre que cediera a un tercero la propiedad de la finca, además que les hicieran llegar las escrituras y $50 millones, de lo contrario, el joven de 20 años llevaría la peor parte. “En las cartas nos decían que nos iban a matar a todos, y que, si no pagábamos lo que nos pedían, al primero que iban a matar era a Ilder”, sentenció la mujer.
En ese año, en 1995, la violencia en Colombia estaba a tope, el orden público en Norte de Santander estaba desbordado y para este hogar, todo era incertidumbre, pues el único canal de comunicación con los secuestradores era el teléfono de la casa, al que llamaban esporádicamente para ponerle cita al padre de la víctima en diferentes sectores de Cúcuta, en especial parques distantes y abandonados para hacer entrega del dinero y las escrituras de la casa. Cuando don Ramón asistía a la cita, los secuestradores nunca llegaban. “Todo era parte de la estrategia para volvernos locos”, cuenta la hermana menor.
Después de 15 días de incesantes oraciones y de negociar con los secuestradores para que bajaran el valor del monto para liberar al joven, este escapó de sus captores y como pudo llegó a su casa. Los sorbos de dolor y amargura poco a poco iban cambiando. El joven estaba con vida y libre, y eso era lo más importante para este hogar; Padre y madre tomaron tres maletas y la ropa que les cupo en ellas, pues sabían que allí todos corrían peligro, y más después de la fuga del joven.
Mirar atrás era una opción, para grabar en la retina lo que un día fue propio y que ahora estaban dejando para salvar sus vidas. Esa fue la única reacción de los cuatro miembros de la familia. Luego miraron hacia adelante y vieron que su único destino era Floridablanca, en el departamento de Santander, donde tenían algunos familiares que los recibieron para rehacer sus vidas.
Los primeros meses fueron los más difíciles. Todo lo extrañaban de aquel lugar en el que en las mañanas tomaban un buen café, veían sus animales y respiraban un aire puro, disfrutaban del silencio y de un tapete verde llamado vegetación. A esto le sumaban las penumbras del joven víctima del secuestro, quien no salía de su cuarto, casi no comía, no musitaba palabra y, al parecer, las heridas que sus captores no le hicieron en su cuerpo, sí se incrustaban en su mente y en su corazón.
El miedo, el llanto, la desdicha y la ausencia de paz en sus vidas estaban dejando huella, una profunda huella en su vida y, por ende, en la de sus padres y su hermana. Así pasaron casi 2 años, los mismos que un tío de la familia se arriesgó a ir a la tierra perdida a tratar de cuidarla, de permanecer en ella y así evitar que fuera invadida. Pero todo fue en vano. “¡Lo mataron! Mientras mi tío estuvo allá, esos hombres no querían que nadie estuviera en esa tierra y lo asesinaron”, contó Yurley, con desasosiego, recordando que en esa época cuando creían que podían regresar, la guerra por la tenencia de esa tierra estaba recrudeciendo, las balas iban y venían y nada estaba a su favor.
Los actos de injusticia martillaban la mente y el corazón de don Ramón Donato, quien por 9 años tuvo que resistir los embates de la violencia, del despojo, del destierro y de los banderazos que le hacía la muerte, la cual ya le había cobrado la vida de su hermano. Mientras el tiempo pasaba, los pocos ahorros y los trabajos esporádicos que le salían, no eran suficientes para mantener a la familia.
En su ADN no estaba escrito el verbo rendirse. A pesar de los ruegos de su familia, un día decidió regresar solo, pues en su mente navegaba la idea de al menos vender una parte de su finca para remolcar las deudas adquiridas por tanto tiempo.
“Cuando mi papá llegó a la finca, vio que ya había gente allá que la estaba ocupando. Tenían cultivos ilícitos y una cantidad de cosas que no eran de nosotros. Mi papá tuvo que hablar con varios de ellos y explicarles lo que nos había pasado, y así fue como se logró vender una parte a una empresa minera, eso nos sirvió para vivir 2 años más en Floridablanca (…)”.
Después de aquella tormenta, o más bien un diluvio que parecía no terminar, volvió a salir el sol para esta familia. Su interés por recuperar la tierra se incrementó cuando vieron en televisión que sí era posible regresar y empezar de nuevo. “Supimos de la Unidad de Restitución de Tierras, de la labor que hacían y nos dimos cuenta de que con ellos nace la esperanza de volver a la tierra”, relató la mujer.
El 26 de septiembre del año 2022, y después de un largo proceso jurídico acompañado por la Unidad de Restitución de Tierras, un Juez Especializado en Restitución de Tierras de la República, profirió una sentencia a favor de la familia Sanguino Salazar, en la que se reconoció su calidad de víctima, y a la que el Estado decidió reparar de manera integral restituyéndole su tierra, con todas las garantías jurídicas. ¡Era hora de volver!
Y no podía ser de otra forma. Aquel joven que estuvo secuestrado y que por mucho tiempo tuvo amargas secuelas y heridas abiertas en su alma, fue el encargado de traer el dulce sabor de la victoria a casa. Las medidas complementarias de la sentencia de restitución de tierras incluían la formación técnica y tecnológica de la familia en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), en donde Ilder estudió todo sobre Apicultura, que consiste en la crianza y cuidado de las abejas, de las que obtienen la miel y sus derivados.
“A mi hermano le hablaron de la miel, de cómo trabajan las abejas en una comunidad, con su reina, las obreras y los zánganos. Él se apasionó por el tema y empezó a aprender de todo esto en el SENA. Así fue como logramos poner en nuestra tierra restituida 46 colmenas, de las que actualmente sacamos una miel deliciosa que ya estamos comercializando en varios sitios de Cúcuta y de otros municipios cercanos”, cuenta hoy Yurley, quien se enorgullece en decir que su familia parece una cajita de abejas: “cada uno tiene una función y todos trabajamos mucho para sacar la mejor miel”.
Don Ramón Donato hoy tiene 70 años, doña Lucy Esther tiene 69, Ilder tiene 49 y la relatora de esta historia, Yurley, tiene 44. Los cuatro trabajan como abejas en un panal para sacar al año casi 1.200 litros de una deliciosa miel que, entre otras, ya ha llegado hasta China “porque tenemos un cliente que nos ha comprado nuestra miel para hacer productos de salud que vende allá en China, por eso sentimos que las abejas nos cambiaron la vida”, expresa con alegría la menor de la familia.
Por estos días, a poco de terminar este 2023, lo que recuerdan de esas doce campanadas del año 94, es que quieren revivir ese abrazo pendiente, pero esta vez con el pan en la mesa, saborizado con miel y con el dulce gusto de ser la primera familia beneficiaria de la restitución de tierras que es productora de miel en Norte de Santander.
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