La nube de polvo del Sahara que cubrió hasta la semana pasada los países del Caribe y que se extendió a la Amazonía y Norteamérica, se ha sumado a la serie de inquietudes y preocupaciones generalizadas derivadas del amplio caudal noticioso y de comentarios en las redes sociales por fenómenos naturales acaecidos en las últimas semanas, a nivel mundial: enjambres de avispas gigantes, plagas de langostas, sismos, entre otros sucesos. Esta masa de aire muy seco y polvoriento que opaca los cielos y aumenta la sensación de calor, no se trata de algo extraño o apocalíptico, pero esta vez se presentó, según los especialistas, con la mayor intensidad y densidad en los últimos cincuenta años.
Este fenómeno natural moviliza anualmente más de 100 millones de toneladas de polvo sahariano, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos Es de evolución cíclica, ocurre varias veces al año y se desplaza de este a oeste, atravesando el océano Atlántico, a una altura del suelo de entre uno y dos kilómetros, con un espesor de 3 a 5 kilómetros y una extensión variable de cientos de kilómetros.
Es un proceso que hace parte de la dinámica vital de la naturaleza, beneficioso para el medioambiente por su impacto en los procesos climáticos, los ciclos de nutrientes, la formación del suelo y la evolución de los sedimentos. En cuanto a su acción directa sobre los humanos, es perjudicial ya que la densidad del polvo varía desde 50 hasta 200 microgramos por metro cúbico, alterando la calidad del aire y afectando particularmente a quienes padecen afecciones respiratorias.
Los expertos explican que este suceso es partícipe en eventos relevantes en la dinámica planetaria como la regulación de la temperatura y la disminución de la formación de ciclones.
Otro aspecto importante del polvo del Sahara es que transporta altas concentraciones de nutrientes que les sirven a microorganismos como el fitoplancton, lo mismo que a los bosques y selvas tropicales al fertilizar los suelos, por su importante contenido de hierro, nitrógeno, fósforo y silicio que permiten reponer los nutrientes perdidos a causa de la erosión. Sin embargo, también existen indicios de que, aparte de los nutrientes beneficiosos, arrastra otros componentes que van en desmedro de los arrecifes coralinos.
Para la conservación del equilibrio de los ecosistemas planetarios es urgente empezar a entender, apreciar y valorar la unidad, la armonía, la complejidad y la pertinencia de los procesos naturales. Pese a la dureza de los efectos de la acción antrópica, la naturaleza siempre nos da ejemplo con sus capacidades de adaptación, regeneración y limpieza, para mantener su balance vital y biodiversidad; como lo definió Aristóteles hace 23 siglos: “la naturaleza no hace nada en vano ni hace nada incompleto”.
Es necesaria una relación más armónica entre la sociedad y el medioambiente que nos permita el desescalamiento de fenómenos nocivos como el cambio climático, la pérdida de agua dulce y la erosión de los suelos, entre otros.
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