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domingo, 19 de abril de 2020

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA - POR: José Consuegra


Cada vez que se cierran las ‘puertas’ al público del Parque Nacional Tayrona y se suspende la visita de más de 4.000 personas a diario, reverdece la naturaleza en este territorio ancestral de los hermanos mayores: los arhuacos, los wiwas, los koguis y los kankuamos. Las especies animales que suelen ocultarse ante la contaminación sonora, visual y de basuras que produce la afluencia de turistas, vuelven a recorrer sus senderos, sus sitios de alimentación y apareamiento, se percibe la limpieza de quebradas y arroyos, así como del mismo mar; en fin, el equilibrio natural.

Dentro de su visión cosmogónica, los pueblos indígenas practican rituales de pagamentos, limpieza, sanación y protección cultural y espiritual, mientras que la entidad rectora de los parques naturales suspende la prestación de servicios ecoturísticos y el ingreso de visitantes al área protegida.

Aunque aún no hay conclusiones científicas totales sobre los efectos medioambientales del aislamiento social aplicado por la avasallante pandemia del COVID-19, ni tampoco podemos minimizar la lamentable muerte de más de 102.000 personas y la afectación de más de 1.653.000, y el desplome económico mundial, hay reportes de sus efectos positivos en la naturaleza, tal como sucede con el territorio Tayrona cada vez que se limita la actividad antrópica.

Impresionan los videos difundidos en días recientes sobre la presencia de delfines en las costas de Santa Marta o La Guajira, o la admirable transparencia del mar en la Bahía de Cartagena por la suspensión de actividades marítimas. Tampoco dejan de impactar las imágenes satelitales que muestran la drástica reducción de emisiones de dióxido de carbono y otros contaminantes en los cielos de buena parte de los países de Europa, en México o en China (donde bajaron un 25%), especialmente en Wuhan, ciudad epicentro del contagio. Esto, lógicamente, tendrá que ser estudiado y determinado de acuerdo con la evolución de los acontecimientos pues los expertos también han analizado que, para una mejora sustancial, la disminución de la contaminación debe ser sostenible.

Lo que sí es cierto es que la mirada del hombre a este planeta enfermo por causa de su mismo accionar tendrá que ser diferente ante los problemas ambientales, sociales y económicos, con una mayor conciencia y actitud solidaria frente al entorno y a las poblaciones con mayores inequidades. En ese sentido, estoy de acuerdo con el planteamiento del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, sobre las dos opciones del futuro inmediato después de la pandemia: volver al orden mundial de siempre o lidiar con los problemas que nos hacen innecesariamente vulnerables.

Que este episodio tan nefasto que representa, quizás, la mayor crisis reciente de la humanidad, que nos ha enrostrado tanto nuestras grandes debilidades como el abuso al que hemos expuesto al planeta, nos empuje a construir una sociedad más equitativa y respetuosa de los recursos naturales, valorándolos por encima de cualquier otro interés mezquino.

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