La Organización Mundial de la Salud (OMS) en su reporte del 2 de febrero sobre la epidemia de coronavirus definió infodemia como el fenómeno que acompaña a la pandemia consistente en superabundancia de información, a veces confiable y a veces no.
Las redes sociales, los periódicos, los noticieros y la televisión contribuyen a esta infodemia que estamos sufriendo. Las diferentes revistas indexadas han sido puestas a disposición de los científicos que quieran acceder a ellas, pero el problema es que son incomprensibles para el público en general y el periodista, como lo definió Lisbeth Fog, debe ser la interfaz entre los dos. Pero en muchos casos, el periodista no tiene la formación necesaria para ser esa interfaz y está más preocupado por la “chiva” en exclusiva que por la solidez científica de sus aportes. Por eso entrevistan indiscriminadamente a expertos extranjeros y a supuestos expertos que contribuyen a la desinformación.
En esta infodemia que estamos padeciendo, debemos simplemente seguir las indicaciones de la OMS que indica que debemos lavarnos las manos con agua y jabón frecuentemente y acatar las decisiones gubernamentales de aislamiento social para contener la epidemia, ya que se basan en el estudio de acciones de otras naciones que han logrado disminuir al mínimo la infección y la tasa de letalidad de la COVID-19. Lavarse las manos y quedarse en casa es la mejor forma de parar la pandemia.
Pero es claro que la pandemia y su compañera, la infodemia, van más allá de los aspectos que tienen que ver con la salud. La forma como se ha combinado la enfermedad con la caída de los precios del petróleo afecta de manera grave la economía mundial y tendrá efectos gravísimos sobre la salud fiscal y macroeconómica del país, especialmente en 2021.
En nuestro país con tan profunda desigualdad, serán las clases menos favorecidas las que sufrirán las consecuencias. Holden Thorp, editor en jefe de Science, una de las revistas científicas más respetadas del mundo, se preguntaba en el Editorial del pasado 20 de marzo, si esta pandemia sería algo similar a la caída de las torres gemelas en Nueva
York o a la crisis financiera global de 2008, después de las cuales todo volvió a la normalidad anterior o si en cambio habrá una transformación de las instituciones y las prácticas humanas en forma todavía inimaginable.
Creo que las transformaciones y los cambios ya comenzaron y están afectando nuestras vidas. Ciudades y naciones enteras se encuentran en cuarentena. En Cúcuta y los municipios de Norte de Santander hemos estado recluidos en nuestras casas desde el 11 de marzo y Bogotá hizo un ensayo de aislamiento total durante el puente festivo de la semana pasada. Hemos tenido que adaptarnos a estas medidas y al Decreto presidencial de confinarnos obligatoriamente en nuestras casas hasta el 13 de abril y para mayores de setenta años hasta el 31 de mayo.
Esto implica la reinvención de la escuela y el colegio, cuyas clases serán virtuales. Las universidades se tendrán que adaptar sin cambiar su esencia. Muchas personas trabajarán desde sus casas en aquellos aspectos que no requieren su presencia física en los sitios de trabajo. Otros, no podrán hacerlo por cuanto su ocupación no permite el teletrabajo. Muchas empresas de servicios se transformarán para trabajar virtualmente. Pero las fábricas, los hospitales, las oficinas públicas tendrán que tener personal que las atienda. Lo mismo ocurrirá en las tiendas de barrio y en los grandes supermercados, a pesar de que estos últimos podrán enviar mercados a domicilio cambiando nuestras costumbres de cómo escoger productos.
Tendremos, así, un mundo nuevo con muchas oportunidades, pero también con muchas dificultades. La infodemia nos atacará y nos ahogará con noticias verdaderas y rumores falsos. Tendremos que aprender a distinguir entre las dos. Tendremos que vencer el miedo al cambio, a ensayar nuevas formas de hacer las cosas. Aceptemos y pongamos nuestra parte para lograr un mundo nuevo mejor para todos.
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