Hace pocos días asistía a una de las tantas reuniones de académicos y empresarios en las que se debate la situación actual de Cúcuta y de su Área Metropolitana. Escuchaba una vez más el sesudo diagnóstico económico que hacía un investigador en el que una y otra vez se traían a cuento las cifras históricas de desempleo y de informalidad que nos azotan, y se centraba en las cifras a partir de cuándo se cerró la frontera, supuesto origen de la crisis actual.
Una vez más, hacía énfasis en nuestra dependencia tradicional del comercio legal y frecuentemente ilegal con Venezuela. Las cifras anuales que el investigador desgranaba una a una, permitían predecir que la crisis se agudizaría y profundizaría en los próximos años, pero, sin poderlo explicar, los números de los dos últimos años mostraron una recuperación que insinúa la salida de la crisis.
Es cierto que la economía no es una ciencia exacta que permita predecir el futuro, y en ese momento me dije: He aquí un diagnóstico económico más sobre la ya sobrediagnosticada Cúcuta, en un país que está sobrediagnosticado y en donde a partir de esa sobrediagnosticación se proponen remedios que parecen no funcionar, pero alimentan un nuevo diagnóstico en un círculo vicioso, en el que la falla de los remedios confirma la veracidad del diagnóstico. Y pensé: ¿Qué pasaría si cambiáramos de chip? Pensemos por un momento que el cierre de la frontera está aquí para quedarse y que, aún si la frontera se abriera mañana, la crisis económica de Venezuela es tan profunda que no permitiría que siquiera contempláramos en volver a las condiciones prechavistas.
A partir de esa nueva mirada, tendríamos que olvidarnos del modelo económico que nos ha sustentado históricamente. Tendríamos que volver nuestros ojos a Colombia y particularmente a nuestro propio Norte de Santander. Tendríamos que pensar en garantizar la seguridad alimentaria de nuestra población y producir un excedente que pudiera ser vendido a regiones vecinas.
Eso implicaría la creación de cooperativas de pequeños agricultores que, siguiendo los principios de los Pioneros de Rochdale, trabajaran mancomunadamente para todos y recibieran un beneficio proporcional al trabajo de cada uno, sin que ninguno pudiera aprovecharse de la labor de los demás.
En un empeño conjunto entre las cooperativas de trabajadores y las autoridades municipales y departamentales se pavimentarían las carreteras terciarias que serían las arterias por donde correría la savia del producto del trabajo colectivo. Si en Quindío y en Risaralda existe la conectividad entre todos sus municipios y veredas, ¿por qué no en Norte de Santander?, ¿por qué no propiciar más cooperativas de mujeres emprendedoras como las que se encuentran en Mutiscua, que crían sus ovejas, las esquilan, hilan la lana como lo vienen haciendo desde tiempo inmemorial y producen prendas que se venden luego en centros de moda nacional e internacional?, ¿qué decir de si dejamos solamente de producir cacao para que lo procesen en Suiza y comenzamos una industria de chocolate que trascienda nuestras fronteras? y ¿si nos dedicamos a producir café gourmet para el mercado nacional y extranjero?
Siguiendo la política que Keynes le recomendara a
Franklin Delano Roosevelt para salir de la Gran Depresión, en cada pueblo se podría dar trabajo por parte de la municipalidad a sus habitantes con la construcción de escuelas, hospitales y sitios de esparcimiento usando ladrillos de nuestra propia industria de la arcilla. Esto no implica olvidarnos de los megacolegios que ya en este momento se han construido.
El Sena y las universidades podrían abrir carreras técnicas que permitieran que empresas metalmecánicas de gran envergadura se asentaran en Cúcuta para producir para el país. ¿Por qué no propiciar cooperativas de campesinos que sirvan de guía para el turismo de alta montaña a la que son tan afectos los extranjeros y deberían aprovechar los colombianos?
¿Por qué no incentivar la incipiente construcción aeronáutica de Villa del Rosario, así como las cervezas artesanales que podrían competir con los grandes consorcios internacionales, pero pensando en un mercado local y region¬¬al? ¿No sería el momento de aprovechar la Ley de Regiones para unirnos con Santander y pensar en grande como región hacia el futuro?
No sé si esta propuesta tenga mérito. Lo que sí sé es que la tan repetida frase atribuida a Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes” aplica perfectamente a nuestra sobrediagnosticada región nortesantandereana.
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