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martes, 9 de julio de 2019

El deporte por pasión - POR JOSÉ CONSUEGRA


La conversación que sostuve con un taxista que me transportó recientemente en República Dominicana –donde asistí al Encuentro Iberoamericano de Rectores–, me puso a pensar en las motivaciones de los pequeños para practicar y gozar un deporte. Él, todo un conocedor del béisbol como muchos isleños, me comentaba que allá los beisbolistas son contratados muy niños por equipos de Estados Unidos que, desde pequeños, les reconocen sumas cuantiosas de dinero.

Los niños son como volcanes en erupción con permanentes ganas de divertirse, de compartir con amigos, de estar en movimiento y de jugar. Suelen ser estas características los motores que los llevan a patear una pelota, tomar un bate o manejar bicicleta hasta el cansancio, entre muchas actividades deportivas.

La felicidad los invade espontáneamente al punto que parece que sus energías fueran inagotables. Poco les importan las condiciones del espacio de juego, puede ser la calle del barrio, un parque o una cancha. Su único interés es pasarla bien y gozar el juego.

Tristemente, a medida que crecen suele haber una ruptura con todo ese afán lúdico para ser atraídos por las ilusiones del éxito, el dinero y la fama. Estos intereses son inyectados en sus mentes por los medios de comunicación deportivos, el entorno social y el medio educativo o, incluso, por el mismo círculo familiar al ver, esperanzado, un talento especial en los pequeños, que les permita sobresalir económicamente.

Hoy los niños valoran a sus ídolos deportivos, especialmente por el alto valor de su pase, la riqueza que ostentan y hasta por la extensión del tatuaje en su cuerpo, y pasaron al segundo plano sus dribles, sus jonrones, su talento, tenacidad y la pasión por sus equipos. 

Para todo padre es motivo de inmenso orgullo que su hijo brille por sus habilidades deportivas, pero es necesario reflexionar hasta qué punto incidimos para que, más allá de la pasión y el amor por una disciplina deportiva, camine por la senda del mercantilismo y el afán desmesurado de la victoria que termina generando más frustraciones que alegrías. 

Como sociedad debemos replantearnos los mensajes equivocados que padres y tutores les damos a los niños sobre lo que es el deporte, creándoles expectativas desfasadas en lugar de verlo como una forma de satisfacer sus necesidades lúdicas y como medio para consolidar su personalidad y promover valores y principios. Además, es ilógico que quienes no logren ser deportistas profesionales cotizados se conviertan en desertores porque no lograron ese objetivo.

Claro que el deporte puede ser asumido como una profesión y, como toda profesión, debe despertar gozo y pasión al ejercerla; nunca se deben perder la alegría y el amor por practicarlo. Solo quienes conservan el entusiasmo por el deporte, gozarán el resto de sus vidas la misma felicidad que vivieron en sus éxitos y en sus mejores momentos como deportistas. Así lo reafirma Helmut Bellingrodt que hoy, 45 años después de ser campeón mundial de tiro, sigue llenándose de felicidad cada vez que dispara al blanco.

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