Es difícil estar al margen de la sociedad consumista que, apoyada por las TIC y las redes sociales, llegó a sus máximos niveles históricos. La moda, la publicidad, las recomendaciones de los ‘influencers’, las rebajas, entre otros, crean una propensión al consumo pues tienen su impronta y un singular público a quien motivar y convencer.
Ser parte de esa ola avasalladora, envolvente y adictiva es casi natural y hoy es una realidad que absorbe a buena parte de la sociedad, creando una dependencia que obliga a comprar y acumular bienes de manera permanente.
Complica aún más la situación cuando se le agrega una buena ración de arribismo y ostentación que termina esclavizando a las personas y transformándolas en verdaderas máquinas del consumo compulsivo y cautivas en la máxima expresión del ‘espantajopismo’ tropical. Poco espacio queda para la ecuanimidad y el ahorro.
La falta de hábito de ahorro de los hogares colombianos es una muestra fehaciente de ello, pues solo dos de cada diez tienen alguna reserva económica, según el estudio ‘Demanda del Seguro 2018’, de la Banca de las Oportunidades y la Superintendencia Financiera. Es decir, que para cubrir emergencias es muy probable que tengan que asumir créditos de consumo en los bancos o hasta los ilegales ‘pagadiarios’, ambas obligaciones onerosas que empeoran, a la larga, la situación calamitosa que se pretende superar.
A pesar de la difícil situación económica y del empleo que vive el país, el consumo de los hogares mantiene una tendencia creciente, como lo indica el buen desempeño de las ventas en el comercio, según Fenalco.
Una explicación de ello tiene asiento en la llamada ‘Teoría del empujón’ del estadounidense Richard Thaler, premio Nobel de Economía 2017, que analiza las motivaciones de los seres humanos para tomar decisiones en el ámbito económico, dentro de los estudios de la economía conductual. Esos ‘empujones’, que pueden ser la ubicación de un atuendo en una vitrina agradablemente decorada, las rebajas, los productos exhibidos a la altura de nuestra mirada o la comercialización de las fechas especiales como Navidad, Día de la Madre, etc., nos envuelven y nos incitan a comprar, comprar y comprar.
Casos excéntricos y extremos como los de Imelda Marco, que llegó a tener 1.220 pares de zapatos y el sultán de Brunéi, propietario de más de 6.000 autos para su uso personal, son ejemplo de hasta dónde puede hacernos llegar la obsesión de comprar de manera compulsiva.
No se trata de eximirnos de gozar de los bienes y servicios ni de la felicidad que su uso nos brinda, sino de tener un consumo racional y responsable que nos permita lograr un equilibrio entre los recursos económicos que tenemos, lo que realmente necesitamos y lo que podemos gastar. Esto nos permitirá ahorrar y tener un respaldo para atender nuestras necesidades en los tiempos de ‘vacas flacas’, superar eventualidades y guardar para una vejez digna, sin afugias.
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