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martes, 18 de diciembre de 2018

La tradición navideña - POR JOSÉ CONSUEGRA


Los tradicionales pasteles, el pernil de cerdo, el pavo relleno, los arroces especiales, los buñuelos, la natilla y tantas otras delicias que suelen compartir las familias el 24 de diciembre, cuando se celebra la noche de Navidad o Natividad, hacen parte de una vieja costumbre que va más allá del sentido religioso. 

Actualmente, esta festividad es expresiva del nacimiento de Jesucristo; sin embargo, estudiosos de la historia y de las celebraciones religiosas en el mundo relacionan su origen con rituales de hace más de dos siglos antes de Cristo. En la Europa antigua había festejos e intercambio de presentes por el solsticio de invierno, en los que se compartía comida. También, los romanos adoraban a dioses como Saturno o al Sol Invictus, y culturas como las nórdicas lo hacían con el sol o la lluvia. 

Históricamente, la tradición de dar presentes es una costumbre que se relaciona con la prosperidad. La científica social y profesora de Antropología de las Religiones de la Universidad Complutense, Mónica Cornejo, define que en esta temporada la costumbre de dar y recibir bienes no es simplemente un acto social, sino que propicia la abundancia, las cosechas generosas y otros dones posibles como la salvación espiritual. La antigua celebración del Sol Invictus, culminación de unas festividades de origen agrario, incluían el intercambio recíproco de regalos. La fiesta de la Natividad la sustituyó después, y hoy permanece como una de las fechas más trascendentales de los valores cristianos.

El mito de Papá Noel, representado por un anciano bonachón y amoroso con los niños, de cabellos y barbas blanquísimas, viene en realidad de un obispo del siglo IV, San Nicolás de Myra (ciudad de Turquía) o San Nicolás de Bari (donde están sus restos en Italia), protector de gente necesitada y muy caritativo. 

Más allá de las leyendas, la Navidad es, sin duda, la fiesta más hermosa de diciembre. Es el espacio en que se reencuentran las familias alrededor del deseo común de ser felices, comparten la mesa, dialogan, ríen y se funden en abrazos intensos, más que cualquier otro día del año. Los niños esperan impacientes el momento para abrir sus aguinaldos, pendientes de que Papá Noel les cumpla con todo el listado que dejaron en el arbolito de Navidad.

Los adultos gozamos al mismo tenor, al traer a nuestra mente los recuerdos memorables de la cacería nocturna de Papá Noel y los bellos recuerdos del 25 jugando con los amigos de la cuadra con los juguetes recibidos. Yo luchaba contra el sueño para ver a Papá Noel, al final caía vencido, pero soñaba toda la noche con ello y, en mis sueños, interactuaba con él, así que amanecía feliz, agradecido y sin ninguna duda de su existencia y visita.

Aún hoy palpita mi corazón al entrar al cuarto de nietos e hijos, y depositar los aguinaldos en sus camas y pensar que se van a despertar. 

Más que regalos y comida, lo maravilloso de la fecha es el encuentro, la integración familiar, el abrazo y besos a los padres, hijos, nietos, en fin… el amor.

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