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martes, 6 de noviembre de 2018

Un Brasil dividido - POR JOSÉ CONSUEGRA


La variedad poblacional de un país de tamaño continental, de diversidad geográfica y con 208 millones de habitantes es innegable. Con una mayoría de población negra y mestiza, y una marcada desigualdad social que afecta especialmente a estos dos grupos, Brasil, el hermano mayor de los países latinoamericanos, acaba de elegir a su nuevo presidente, Jair Bolsonaro, reconocido por su pensamiento ultraderechista y militarista.

El proceso electoral ha sido mirado con expectativa y preocupación por el mundo, pues los planteamientos del mandatario electo han sido controversiales, haciéndonos recordar el populismo del presidente de los EEUU, Donald Trump; de Rodrigo Duterte, en Filipinas; o del fallecido Hugo Chávez, en Venezuela. Expresiones puntuales contra la orientación sexual diversa, e incluso con tendencias misóginas y racistas son claramente inadecuadas en una época donde la convivencia pacífica en la sociedad es una necesidad para abrir espacios de inclusión, solidaridad y equidad.

Las estadísticas dadas a conocer después del triunfo de Bolsonaro ratifican la enorme brecha que divide al hermano país: ricos y pobres, blancos y negros/mestizos, población urbana y rural. En un análisis del periódico El País, de España, se indica que el presidente electo arrasó en la votación de las 10 ciudades más ricas, mientras que su contendor, Fernando Haddad, ganó en las 10 más pobres. Sin duda, el presidente electo recibió su mayor apoyo en las ciudades de mayoría blanca y con altos niveles de vida.

Adicionalmente, analistas consideran que la votación fue una especie de voto castigo al desenlace escandaloso de los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva, condenado a prisión por corrupción, y Dilma Rouseff, destituida por malos manejos financieros. La decepción y la rabia también terminan alentando el populismo y la toma de decisiones a priori, sin miramientos en propuestas y programas de gobierno.

Dado que lo que sucede en Brasil es una caja de resonancia del devenir de toda Suramérica, tanto Bolsonaro como todos los brasileros tienen ahora el desafío inmenso de acabar la polarización y lograr insertar y motivar con optimismo a toda la población. Dicha unidad se constituirá en el punto de partida para resolver las innumerables necesidades de esa población. El respeto mutuo es el primer paso de ese camino que empezará a recorrer el nuevo gobierno.

En Colombia se vivió una experiencia similar en las últimas elecciones: fueron muchas las heridas que se abrieron durante la campaña y aún no hemos podido cerrarlas. La polarización entre simpatizantes de uno y otro candidato fue tan pugnaz que fracturó familias, círculos de amigos y la sociedad en general. Hoy debemos continuar esforzándonos por reencontrarnos, ya que la solución de nuestros problemas requiere del compromiso de todos.

Tanto en Brasil como en Colombia se deben superar las diferencias ideológicas, raciales y socioeconómicas para que puedan dejar de ser los países que cargan el farolito en el ranking de la desigualdad mundial.

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