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sábado, 17 de octubre de 2015

Muchos años después - POR: RENSON SAID SEPÚLVEDA


Este es el año 2045 y la ciudad ha cambiado su nombre y su aspecto. Ahora se llama Nueva Cúcuta para los Refugiados. Hace dos años cesaron los últimos bombardeos nucleares y las calles y los edificios y los árboles y las plazas públicas quedaron reducidas a cenizas. Los neocucuteños que lograron sobrevivir al último impacto de las tres ojivas de neutrón que cayeron en el centro comercial Ventura Plaza, en el parque Santander y la última en Villa del Rosario, son ahora mutantes que fueron afectados por la radioactividad y viven en refugios clandestinos. Nueva Cúcuta es una vasta extensión de 1.176 kilómetros de polvo de naranja y ladrillo molido en la que no crece una hoja. Los refugiados huyen de la saliva del sol y de los GE, Grupos de Exterminio que se han organizado para controlar el consumo del agua.

La radioactividad modificó la estructura genética de los neocucuteños. Ahora todos llevan máscaras sintéticas para ocultar su nuevo aspecto. Caminan arrastrando los pies por el peso de la joroba. Los ojos están en la palma de las manos lo que los obliga a caminar siempre con los brazos extendidos hacia adelante. No tiene dientes, ni labios, ni boca, apenas una ranura por donde introducen una manguera para el suministro de aminoácidos. Las neocucuteñas tienen un solo ojo en la frente, y un solo seno, el izquierdo, porque el derecho se lo extirpan desde que son niñas para facilitar la tensión del arco y poder disparar flechas radioactivas con mayor precisión y comodidad.

Es el año 2045 de un viernes de octubre y, como todos los viernes, hay motines en todos lados. Los neocucuteños salen de sus refugios y se congregan en el centro de la ciudad a rezar. Rezan de rodillas a una inmensa estatua con forma de lavamanos: es el gran grifo todopoderoso, el gran tótem de la tribu que les recuerda a los neocucuteños y neocucuteñas (para ser políticamente correcto) que hubo una época en que por ahí salía un líquido transparente y fresco, un líquido puro y santo: el agua dador de vida. Como no hay policías sino robots antimotines programados para dispersar cualquier intento de rebelión, disparan sobre la multitud de mutantes unos rayos de color amarillo verdoso que los paralizan y luego se los llevan detenidos a purgar penas de trabajo forzoso en Marte. Los ancianos y enfermos son introducidos en una máquina que los licúa y los transforma en bolitas de carne con la que alimentan a los perros mutantes que son entrenados para olfatear rebeldes.

En Nueva Cúcuta se hace el amor una vez al año y sólo para conservar la especie. Y desde que nacen, los neocucuteñitos son alimentados por máquinas especiales, en refugios especiales, con una dieta especial y muy lejos de la ciudad y protegidos de los GE que buscan el control de la zona.

Hay que señalar aquí que las estaciones de agua (ya no existe la gasolina) son controladas por un tataranieto de Juan Manuel Corzo. Como no hay vivienda, un tataranieto de Donamaris prometió crear 20 mil nuevos refugios en sociedad con una empresa marciana. Hay una placa en una calle empolvada de donde salen lagartijas con cabeza de gato (porque las lagartijas también fueron afectadas por la radioactividad) que dice: Aquí estuvo una vez el río pamplonita.

Pero no todo es tristeza y dolor. A esta hora una nube rota deja caer sobre la ciudad una lluvia menuda y dulce, una lluvia con un antiguo sabor a pájaro vivo. Es la primera vez que los neocucuteños ven la lluvia. Y además nadie recuerda a los pájaros.

3 comentarios:

  1. Que pérdida de espacio y tiempo de este ramirista.... Pobres neocucuteños que soportan estos remedos de supuesto periodista.... Por eso es que Cúcuta está como está.... Gracias a estos bichos....

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  2. Que pérdida de espacio y tiempo de este ramirista.... Pobres neocucuteños que soportan estos remedos de supuesto periodista.... Por eso es que Cúcuta está como está.... Gracias a estos bichos....

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