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domingo, 17 de marzo de 2013

Vía Libre - La destrucción como progreso


Por: Renson Said

Leo en la prensa que hay en el mundo una tendencia a comprar animales exóticos para exhibirlos en reuniones sociales como parte de un divertimento excéntrico de coleccionistas millonarios. La práctica no es nueva, pero sí la denuncia. Y no es una práctica masiva, sino que es un lujo exclusivo de una minoría selecta. Porque hay que tener mucha plata para comprar un gorila y tenerlo enjaulado en el patio de la casa. O un tigre de bengala. O una lagartija asiática. O una rana africana de uña negra. El despojo al que está siendo sometida la naturaleza está destruyendo poco a poco el planeta y parece que a nadie le importa. El cautiverio de animales ha llevado a la extinción a muchas especies en el mundo. Las gacelas de Serengeti o los tigres de Siberia son ahora soberbios abrigos que exhiben sin pudor las estrellas de Hollywood. Esa insaciable voracidad que tiene el hombre para acabarlo todo hace necesario pensar en un acuerdo conjunto en el que la sociedad intervenga para ponerle freno a la destrucción de la naturaleza.

Leonardo Boff, el imprescindible teólogo de la ecología, advierte que cada día estamos eliminando diez especies de seres vivientes que son una biblioteca de saber humano de millones de años por la tierra. Pero no sólo algunas especies se extinguen, también los bosques y zonas verdes en todas partes del mundo. Hace poco la ciudad asistió, por ejemplo, a la destrucción del bosque popular. Donde antes había un conjunto de árboles frondosos cuyas sombras refrescaban la tarde, ahora se levanta una gigantesca ferretería, un inmenso dinosaurio de piedra y metal. No es que esté mal que hayan centros comerciales (o ferreterías), lo que pasa es que la ciudad se ha entregado de piernas abiertas a un progreso mal entendido. Que se destruya la naturaleza para crear  centros comerciales no significa que estemos avanzando, significa que hay empresarios y políticos que nunca piensan en la posibilidad de que el futuro exista.



Destruido el Bosque Popular hay que seguir destruyendo el resto de la ciudad porque es lo único que sabemos hacer. Ahora el turno le toca al Club Tennis. La firma Ospinas y Cia quiere acabar con la zona verde del Club (donde hay enormes samanes hasta de 20 metros de diámetro, abiertos y anchos, como abanicos, y frondosos, de pura vitalidad. Y palos de mango y palmeras y hermosos urapos por cuyas vértebras trepan las ardillas. El otro día vi a una mariposa atravesar la cancha de golf como mantequilla que vuela. Y el aire era limpio y fresco y renovado, como recién hecho).

Alguien modificó el uso de suelo para este terreno en el POT y de “zona de actividad múltiple” pasó a “zona Comercial y de Servicios” para poder venderlo  y crear allí un enorme conjunto de locales comerciales y hoteles. La forma como se está adelantando este proyecto es demasiado forzada e irregular. En otra ciudad este tipo de proyectos hubieran merecido el repudio automático de la sociedad. Pero aquí no hay políticas de gestión ambiental y el partido verde, que no es verde, en el sentido profundo, político, que tiene ese partido en Europa (que defiende la naturaleza de los abusos devastadores del capitalismo) asume la posición de las encuestas: no sabe no responde. Al paso que vamos dentro de unos cuantos años tendremos que ir al centro comercial  a ver películas para recordar cómo era la naturaleza cuando tenía árboles.

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