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sábado, 23 de octubre de 2021

La magia del feriado de octubre en el Pacífico - Por: Carlos Corredor Pereira

Escribo estas líneas mirando al mar Pacífico desde la terraza del precioso Hotel Palma Real en Ladrilleros. Poco conocidas fuera del Valle y Antioquia, estas playas atraen a miles de turistas en fechas como el festivo que conmemora el encuentro de dos mundos.

Conocí Ladrilleros hace más de treinta años, cuando se llegaba a Buenaventura por una carretera pavimentada, no muy diferente de la que hoy nos lleva a Ocaña, llena de curvas estrechas, por donde se llegaba al puerto más importante de Colombia aproximadamente en unas cinco horas. En ese entonces, Ladrilleros era una playa virgen en la que, si uno se aventuraba a dormir, tenía que hacerlo en una carpa.

Hoy me encontré con una mezcla de avances, desidia y abandono. A veces me sentía como cuando viajábamos mi esposa y yo por Europa, para luego estar en medio de una población sumida en la cultura de la pobreza y el abandono estatal pero tratando a su manera de dominar el inhóspito entorno.

Trasponer la cordillera occidental desde Cali sigue igual, excepto que a los lados de la carretera las mansiones campestres de los ricos han sido ahogadas por las chozas de los más pobres que trepan desordenadamente por las laderas aferrándose al terreno arcilloso hasta llegar a la serpenteante vía.

Pero al llegar al plan de la llanura del Pacífico comienza una abigarrada secuela de lo más moderno en ingeniería con áreas en las que parece que se detuvo el tiempo. A dobles calzadas de tres pistas, por donde a la derecha avanzan lentas las tractomulas cargadas hasta el tope con todo lo que exportamos y por la izquierda van raudos camiones livianos y autos, suceden tramos en los que se vuelve a la carretera de dos vías por donde las tractomulas obligan a moverse a paso de tortuga.

Es lo típico de la contratación de vías por tramos que, para frenar el monopolio de poderosas empresas, favorecen la corrupción al permitir que en los intermedios se contrate solo la repavimentación que posiblemente deja mejores réditos para el gamonal político del lugar.

Saliendo de Loboguerrero en algunos tramos parece que atravesamos Los Alpes entre Menton en Francia y Ventimiglia en Italia, pero con ingeniería colombiana. Son nueve túneles por la calzada hacia el puerto que suman cerca de 10 kilómetros y cinco de vuelta, de hasta medio kilómetro de largo con viaductos conectantes que reducen el tiempo y la distancia. Verdadera maravilla de nuestra ingeniería que no se prestó para torcidos y se terminó a tiempo y sin sobrecostos.

Pero a esto sigue la imprevisión, la falta de planeación y el privilegio de los intereses privados sobre el bien común que hacen un caos de la entrada al centro de Buenaventura y se pierda el doble del tiempo ahorrado. Para ser justos, hay que decir que la vía al puerto por donde van las tractomulas es rápida y mejor, aunque ya no es autopista.

Se deja el carro parqueado y se entra al terminal marítimo de donde salen lanchas cada media hora hacia Juanchaco. Hay de todos los precios; desde el pasaje más barato para los nativos donde se apiñan veinte o treinta personas en lanchas descubiertas hasta aquellas cerradas y más costosas que solo salen dos veces al día para los pudientes. Tomar la lancha es una sensación surrealista de estar en el puerto de una película de un país africano en medio del desorden y los gritos de los que están embarcando a sus clientes.

La travesía en la lancha rápida puede durar 45 minutos para llegar al muelle en donde el viajero recibe su maleta y tiene que bajarse en uno de los peldaños de las ocho escaleras por las cuales se sube hasta el muelle. Esta es una experiencia que junto con el Festival del Pacífico compartiré con mis lectores en mi próxima columna.

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